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Andromeda rises (Andrómeda se alza)


Una de las fotografías astronómicas más difundidas, gracias al fondo de pantalla predeterminado de algunos sistemas operativos, es una imagen de la galaxia espiral más cercana a la nuestra, Andrómeda, también conocida como M31. Para ver Andrómeda hay que ser paciente en verano, no tanto en otoño y nada de nada en invierno puesto que ya está en el cénit al anochecer. La galaxia de Andrómeda es visible a simple vista de reojo por así decirlo, puesto que nuestra retina es más sensible en la periferia a estos sutiles cambios de luminosidad, de modo que cuando miramos directamente a la localización de M31 desaparece esa “nitidez” que nos daba el rabillo del ojo; esta experiencia puede mejorar con el uso de prismáticos. En el telescopio, sin embargo, Andrómeda muestra principalmente su núcleo galáctico, y con adaptación de nuestro ojo a la oscuridad distinguiremos algún retazo de uno de los brazos principales del disco, pero nada más allá. Mediante cámara fotográfica o astronómica Andrómeda aparece, los brazos son claros y visibles y los espacios aparentemente vacíos entre las principales ramificaciones son distinguibles. Tras este modo de observación, el siguiente paso sería el salvapantallas mencionado. Desde el ojo desnudo a la cámara fotográfica la astronomía ofrece diferente grados de apreciación de detalles, cada uno de ellos maravilloso, y que debe valorarse como un triunfo de la técnica (o la evolución en el caso del ojo humano sin ayudas). Es sin embargo una pena que estas diferentes formas maravillosas de observación astronómica queden ensombrecidas por el salvapantallas. Por motivo del salvapantallas cuando miramos un malogrado cielo y distinguimos “sólo puntos” corremos el peligro de caer en la tentación de no seguir “mirando sólo puntos”, sin que se nos ocurra hacer un mapa o preguntarnos tal vez porqué vemos tan pocos. Cada vez que miramos por unos prismáticos o un telescopio y el Universo no estalla en nuestras retinas como si una auténtica guerra galáctica se estuviera desarrollando allá arriba, volvemos a desilusionarnos y tal vez no caigamos en esa quietud de la inmensidad celeste que ha desplegado “caminos mentales” para guiarnos de un objeto a otro, del zoológico de “nebulosidades” que hoy en día aparecen más nítidos que lo que lo hicieran con cualquier aparato de un investigador del s. XVII. Por último cuando tomamos una foto y el ruido electrónico la puebla, la luz y los detalles no aparecen y la imagen simplemente está emborronada, corremos el riesgo de darle la espalda a la astronomía. Esta imagen es sin duda una proeza de técnica, perseverancia y edición, puesto que es el resultado de observaciones durante muchos días de telescopios que ni si quiera pisan la Tierra, si no que están suspendidos en órbita en torno a ésta; el procesado digital de esta imágenes pasa por superordenadores que evalúan por comparación con otras fotos de igual calidad la vigencia de la información de cada pixel para sumarlo a la imagen o descartarlo, limpiando de falsas estrellas la imagen, lo que comúnmente llamamos ruido de la fotografía.

Andrómeda es el doble de grande que nuestra galaxia, la Vía Láctea, pero parece poseer mucha menos masa, es menos compacta. Cuando vemos esta galaxia en el telescopio no nos damos cuenta de lo solos que están estos objetos en el universo, incluida nuestra galaxia, puesto que la visión que nosotros percibimos de Andrómeda es a través de la materia estelar que compone el brazo de la galaxia que habitamos y en general todo el polvo galáctico que se interpone entre nosotros y el límite de la galaxia. Sin embargo si pudiéramos movernos hasta el balcón de nuestra galaxia y mirar desde su borde veríamos un inmenso negro sin las puntuales estrellas y únicamente las solitarias galaxias esparcidas y tenues en los abismos de tiempo del universo. Pero no por “mucho” tiempo, Andrómeda tiene una luz más azulada que rojiza, lo que quiere decir que viene con las “luces delanteras puestas”, o sea que viene hacia nuestra galaxia y por lo que se dice, incorrectamente, que “colisionará” dentro de 4.000 millones de años (la edad actual del Universo ronda los 14.000 millones de años). El término es incorrecto porque las galaxias son básicamente mucho espacio vacío, y polvo y estrellas, de modo que sería como decir que las partículas de dos masas de humo chocan unas con otras, algo muy improbable. Lo que seguramente si ocurrirá será una fusión por gravedad de ambas estructuras, después de muchos rebotes, en una sola.

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