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Astrónomo en cuarentena

Hace unas noches me desvelé y finalmente me levanté para deambular en busca de mi sueño perdido. Ante el confinamiento me senté junto a la ventana para ver pasar con emoción cada cierto tiempo el camión de la basura, que aun rozando ya las cuatro de la madrugada iba y venía por la calle. Nadie más a la vista.

La experiencia me tiene acostumbrado a que distinguir cualquier estrella y no digamos ya constelación desde la ciudad es tarea imposible, pero para mi sorpresa desde la ventana por la que miraba, al Este, una estrella con poca altitud destacaba a mi vista sola sobre los edificios. En un primer momento no le di mayor importancia pero esa especie de brújula mental que acaba incorporando lo que seguimos esta afición me tenía inquieto al no poder situar la estrella que se iba alzando al Este.

Durante un rato traté de encontrar otras referencias en el cielo que la circundaba para situar esta estrella. Sin éxito, pero tampoco sin querer darme por vencido pasé de la opción más fácil y no quise abrir un mapa estelar de móvil para sacar la respuesta rápida sin ningún esfuerzo, y a oscuras entre los papeles de la mi biblioteca cogí mi planisferio celeste. Alineé los discos y consulté el Este. Cuando vi la estrella que señalaba rehíce la configuración un par de veces pensando que algo no cuadraba, pero era todo correcto, se trataba de Altair.

Fuera del elemento natural y rodeado por la ciudad es difícil orientarse, pero me pareció raro encontrarme con una estrella del Verano al final del Invierno. La hora lo justificaba todo, claro, pero me descolocó; o tal vez debería decir que me recolocó.

Con Altair en el Este busqué a sus compañeras naturales, y alzando un tanto la vista encontré otro lucero, mayor todavía, Vega. Y con estas dos ya solo faltaba Deneb, que estaba más hacia el Norte. Había estado ahí todo el tiempo. El triángulo de Verano.

Me pareció enorme. Encajado en la ventana en la ventana daba la sensación de que cubría media bóveda celeste. A estas alturas me preguntaba si habría errado pero no era así. En Verano el “triángulo” está sobre nuestras cabezas, y sin referencias de horizonte cercanas, por lo que la sensación de superficie extensa se diluye; con Altair “achinchetado” junto al horizonte los lados del triángulo se hacían eternos.

Con esta pequeña experiencia astronómica me volví a la cama al confinamiento del confinamiento. Y al día siguiente no podía dejar de pensar en ese lejano verano del que había visto un pequeño adelanto la noche anterior.

Nunca en menor espacio nos habíamos perdido tanto. Nuestras referencias de espacio y tiempo diarias se han difuminado. La hora de salir para coger el autobús, el camino al trabajo, las dudas sobre a dónde ir o a quién buscar en el fin de semana. Todo eso se ha desdibujado.

Como las estrellas en medio de la ciudad.

Un astrónomo está perdido en el “glow” de las farolas y los luminosos, no tiene referencias, le parece que el cielo ha desaparecido. El Universo que tan abrumador es para él en su conocimiento se ha mudado. La ansiedad ante tal hecho puede pesar mucho en alguien que mira las estrellas. Pero al poco recobras un hilo de calma, no toda, y vas tirando de ese hilo, de lo poco que sabes y te das cuenta que el pequeño sigues siendo tú, que esa inmensidad sigue allí. Y te lo demuestran sus hechos más notables, aquellos que todavía vencen la “oscuridad” de la ciudad.

Malos tiempos para la astronomía, atípicos. Hemos disfrutado del cielo estrellado por miles de años y ahora se nos arrebata. Del mismo modo que hemos disfrutado de una libertad de movimiento total y ahora se nos pone en cuarentena. Podemos llegar a pensar que nuestra vida ha desaparecido que ya no está allí donde la solíamos encontrar, pero como el Universo en la “oscuridad” de la ciudad sigue estando al otro lado de las farolas, al otro lado de la puerta, esperando.

Tal vez debamos encontrar los puntos más notables de aquella vida, esos que brillan y vencen todo obstáculo, poner en hora el planisferio y empezar a tirar del hilo poco a poco, hasta encontrar otro punto brillante, uno tras otro, para descubrir nuestro triángulo de Verano. Ese que todavía es pronto para reconocer como mejor lo conocemos, bien alto y triunfante en el cénit, con las constelaciones completas del Águila, la Lira y el Cisne orlándolo y bien festoneado por la Vía Láctea a todo su través. El del Cielo de Verano.

Entonces, cogeremos ese amasijo de acrónimos, sílabas y números que nos ha recluido y lo lanzaremos bien lejos. Una forma sería dar a una estrella bien lejana ese nombre, además es un nombre tan típico de estrella de nuevo cuño; para alejarlo de nosotros varios cientos de parsecs pero para grabarlo también a fuego en nuestra memoria (esa memoria donde hemos cincelado las gestas más importantes que la humanidad recuerda, el firmamento), para que no nos vuelvan a quitar esa libertad.

Tirad del hilo, unid los puntos, sospechad la vida al otro lado de la puerta… nos vemos en Verano.

Jesús Carmona 19 de Marzo de 2020.

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