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Mis astrónomos favoritos (y carta a mis amigos astrónomos)


De entre todos los astrónomos que se pueden buscar a lo largo de la historia podemos dar con diferentes personajes que nos llamarán la atención en mayor o menor grado por sus logros, la época que vivieron o las dificultades que pasaron. Sin duda el elenco de estudiosos del cielo que podemos encontrar daría para que, según la persona, cada uno eligiera a su astrónomo favorito. Sería una elección seguramente bien razonada y con argumentos que la sostuvieran, sin embargo el niño que llevamos dentro estaría clamando por una elección bastante diferente, tomada no con la lógica y los conocimientos históricos y científicos de un hombre adulto, sino con cálidas tendencias de su corazón infantil, y no tendría reproche.

Porque los astrónomos favoritos de cualquier niño son sin duda Melchor, Gaspar y Baltasar, los Reyes Magos de Oriente, los hombres sabios que según la tradición cristiana adoraron al Niño Jesús, recién nacido en el Portal de Belén, y que para cualquier infante de nuestras latitudes (y otras) representan la ilusión de los regalos que mágicamente aparecen la noche del 5 al 6 de Enero.

Este episodio bíblico se relata en el Evangelio de San Mateo (Capítulo 2), y nos habla de unos magos que llegan a Jerusalén siguiendo un augurio de los cielos, la estrella del Mesías profetizado, que los trae desde el Oriente. Los escritos del Mar Muerto y el significado original de esa palabra traducida como “magos” ha generado a lo largo de los siglos la creencia colateral de que estos “magos” eran científicos del lejano Oriente, puesto que magia y ciencia se han dado la mano de una forma especialmente fuerte en la oscura Edad Media, y que puesto que seguían una estrella estos científicos sólo podían ser astrónomos.

Qué bonito.

Creo cada vez más en este razonamiento (lo que equivaldría a decir que creo cada vez más en los Reyes Magos) aunque seguramente adolezca de bases historiográficas por doquier. Y creo cada vez más cuanto más conozco el cielo, la astronomía, a mis amigos astrónomos y si cabe al astrónomo que llevo dentro; no en vano los Reyes Magos me trajeron mi primer telescopio.

Los Reyes Magos abandonaron su casa con un motivo, seguir una estrella. Sobre la Estrella de Belén se ha escrito mucho, serio y no tan serio, se ha especulado acerca de una conjunción planetaria muy próxima que diera la impresión de un solo gran objeto celeste, se ha hablado acerca de una supernova (una auténtica estrella nueva temporalmente en el firmamento) y gracias al fresco “La Adoración de los Reyes Magos” del pintor Giotto y al cometa Halley que él contemplara y pintara allá por 1301, se ha atribuido el fenómeno celeste a un cometa.

No son pocos los fenómenos celestes por los que los Reyes Magos pudieron haber abandonado el Oriente para contemplar en tierras occidentales tal evento, esos mismos fenómenos han movido y mueven a los astrónomos a lo largo de la Tierra sólo para contemplar lo que desde su residencia no les es posible ver por capricho del destino. Halley fue al hemisferio Sur a retratar las constelaciones australes, en el siglo XVIII británicos y franceses se movilizaron por todo el globo para contemplar y medir los tránsitos de Venus con el fin de medir la distancia de la Tierra al Sol, y este año 2017 miles de astrónomos aficionados y no aficionados se moverán con la misma intención hacia Estados Unidos, para el que seguramente será el fenómeno astronómico del año, el Gran Eclipse Americano (21 de Agosto).

A este tipo de fenómenos quería llegar. Pocos eventos de los atribuidos a la Estrella de Belén eran fáciles de predecir para la época (cometas eran impredecibles y supernovas eran, y son hoy en día, impredecibles). A las conjunciones planetarias se las ve venir y aunque vistosas tienen la cualidad de ser visibles desde casi todas partes del planeta, por lo que no requerirían desplazamientos para su observación. Sin embargo los eclipses, a pesar de toda la leyenda negra que se les ha atribuido sí que eran fenómenos que se podían adelantar por lo menos meses, si no años, mediante una observancia diligente del movimiento del Sol y la Luna con los instrumentos del siglo I antes de Cristo. Los eclipses barren grandes áreas del planeta con su sombra y su penumbra, pero aun así nos obligan a una localización geográfica muy específica si queremos estar justo bajo la sombra de la Luna (y no en la penumbra) y el máximo tiempo posible. Algunos dirán que me he saltado un detalle importante: los magos perseguían una estrella. Yo contesto, ¿qué estrella más poderosa hay en el firmamento que nuestro Sol?.

Cuando consultas las tablas del ciclos Saros no puedes si no sentir cierta emoción al buscar un eclipse cercano a la última década del siglo I a. de C. que pudiera ser una referencia histórica ni más ni menos que de los mismísimos Reyes Magos, más cuando escribes esto en la víspera de Reyes. Las ilusiones se van desvaneciendo cuando de la veintena de eclipses candidatos en la década anterior al inicio del Anno Domini vas tachando los que ni se acercan a las coordenadas 31ºN, 35ºE (Jerusalén y alrededores). Los Reyes Magos sin embargo pudieron haber utilizado como estación de observación las costas del Mediterráneo Oriental o haber pasado por Jerusalén, e incluso Belén en la ida o el regreso de la caza del eclipse del 30 de Junio de 10 a. de C., eclipse total (75 del ciclo Saros y que duró más de 6 minutos) cuyo máximo se contempló frente a las costas del Sur de Grecia y que pudo barrer con su sombra Jerusalén (curiosamente ese mismo año hubo eclipses el 5 de Enero, víspera de Reyes, en medio del Pacífico y el 24 de Diciembre en la Antártida). Las fechas son sólo referencias puesto que los saltos a lo largo de siglos de los calendarios Juliano y Gregoriano han hecho no coincidir con el calendario de una época que no medía el año con las cuentas del posterior Dionisio el Exiguo (s. V d.C.).

Aquí es donde envío un mensaje a mis amigos astrónomos, entre los que cuento a algunos de mis astrónomos también favoritos. Este año emprenderán un viaje en pos del gran eclipse del 21 de Agosto a tierras americanas, se moverán de Oriente a Occidente para bañarse de la sombra de la Luna, a vosotros os digo, os pido más bien como Reyes Magos que seréis en mi carta de este año: Sed hombres (y mujeres) sabios allá donde vayáis, llevad vuestra magia de magos en vuestros maletines astronómicos, dejad allí algún presente desinteresado y generoso a quien lo necesite especialmente si es vuestro conocimiento, estad atentos a los portales por si acaso, no hagáis caso de “malvados gobernantes” (por todas las tierras siempre hay alguno que otro). Y sobretodo volved. Volved con maravillosas historias sobre ese momento singular de descubrimiento, volved con vuestras caras retratadas por la experiencia de uno de los fenómenos más impresionantes de este mundo, volved sanos y salvos.

Esto os pido, pero además yo os doy, os doy las gracias por la ilusión que como un niño me hacéis sentir.

Jesús Carmona

Granada, 5 de Enero de 2017

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